Inteligencia Emocional: ¿se puede enseñar o aprender?

octubre 18, 2020

 

Hoy en día es muy utilizado el concepto de “inteligencia emocional”, el cuál fue introducido por Salovey y Mayer (1990) y lo definían como “la capacidad que tienen los individuos de interpretar las sensaciones propias y la de los otros, discerniendo entre varios tipos de emociones, usando esta información para encadenar pensamientos y acciones” Además afirmaban que dicha inteligencia estaba compuesta por cinco ámbitos:

  • Conocer las propias emociones
  • Manejar las propias emociones
  • Motivarse a sí mismo
  • Reconocer las emociones de los otros
  • Utilizar las competencias sociales en las interacciones con los demás.

Hace unos años, creo que la principal preocupación de nuestros padres o abuelos, era que sus hijos se casaran, que tuviesen un buen trabajo, una estabilidad, la descendencia….. Todo cambia y más en estos últimos tiempos!!! Ahora, no es que estos temas no nos preocupen, pero no los consideramos tan prioritarios en la vida de nuestros hijos. Desde hace unos años estamos viviendo  una nueva conciencia emocional, un interés por la felicidad real de nuestros hijos, un trabajo familiar en crear una base emocional favorecedora para su desarrollo. Lógicamente, todos queremos que en un futuro tengan una estabilidad laboral, económica y de pareja; pero somos conscientes que lo principal es su estabilidad emocional, que si ellos aprenden (o les enseñamos) a ser felices con ellos mismos, a que su felicidad no depende de nadie ni de nada externo; lo demás le vendrá dado. Si ellos aprenden a que su mayor felicidad es ser quién son, tendrán la capacidad de ser realmente felices en cualquier situación que la vida les plantee.

Pero pensaréis, ¿cómo se hace eso?, ¿es realmente posible? Sí lo es, aunque también es cierto que para eso, somos los primeros que tenemos que estar convencidos de ello e implantarlo en nuestra filosofía de vida. Somos ejemplo en todo. ¿Os dais cuenta cómo los niños cogen el móvil y nos imitan cuándo hablamos por teléfono? Pues con todo pasa igual, para lo bueno y lo menos bueno. Si aprendemos a querernos, a hablarnos bien, a ver los regalos que nos da la vida en las pequeñas cosas que tenemos a nuestro alrededor, día a día; ellos aprenderán lo mismo, nos imitarán y el día de mañana serán adultos afortunados y agradecidos.

Pero os preguntaréis, ¿cómo se lleva eso a la práctica? Bueno, sabemos que vivimos día a día muchas situaciones distintas que nos pueden llegar a provocar un sinfín de sensaciones que habitan dentro de nosotros.  Lo primero que tenemos que saber, que todas y cada una de ellas son nuestras, son lícitas, son buenas y necesarias para nosotros; no debemos  luchar contra ninguna de ellas; sólo identificarlas y darle justo la importancia que se merecen, y así irlo trabajando con ellos, poco a poco, sin prisas ni agobios pero sí de forma constante y rutinaria.

Si hablamos de nuestras propias emociones, nos referimos al estado de conciencia de sí misma, que hace a una persona ser capaz de reconocerlas cuando éstas surgen. Dicha capacidad es una de las bases de la inteligencia emocional, porque esta habilidad hace que incremente nuestro nivel de autoconciencia y nuestra habilidad para controlar nuestra propia vida.

Así pues, es fundamental que hagamos al niño partícipe en la expresión de sus sentimientos, que sea, pero sobre todo, que se sienta capaz de expresar con sus palabras las distintas emociones que siente en determinados momentos de nuestro día a día. Que aprenda a identificarlas y comunicarlas es una parte importante para llegar a la adquisición de su control emocional.

Pero no podemos olvidar que vivimos en sociedad y para nuestros hijos, desde bien pequeños, la socialización es un factor de vital importancia para un buen desarrollo en todos sus aspectos. Tienen amigos, compañeros de parques, van a la escuela infantil, al colegio…. Para que esa socialización sea real, placentera y  lo menos problemática posible, también es de vital importancia, que sean conscientes que al igual que ellos tienen pequeños monstruos de distintos colores según la emoción que sientan, sus amigos también los tienen y esa es la causa que hace que cada uno de nosotros reaccione de una forma distinta antes la misma situación.

Reconocer las emociones en los otros es una de las habilidades sociales más importantes, aumentando así las capacidades empáticas y las competencias sociales tan necesarias para todo. Si son empáticos pueden llegar a conectar mejor con los demás, pueden servirles de ayuda, serán buenos amigos… las personas que llegan a ser realmente empáticas pueden estar de acuerdo prácticamente con cualquiera, ya que tienen la capacidad de ponerse en la situación del otro, consiguen insertarse en grupos con facilidad y son particularmente hábiles a la hora de leer las emociones en las expresiones faciales de los demás. Pero ojo, esto no quiere decir que ser empático sea sinónimo de no tener personalidad (en otro artículo hablaremos de la asertividad, que también está estrechamente relacionada con este tema).

Vanesa Ruiz Aragón

Maestra de Educación Infantil y Apasionada de la Educación

DON GATO APRENDIENDO A VOLAREducación para la Salud en Primer Ciclo